NO TE RINDAS ANTE EL DUELO. I
Quiero comenzar este mensaje diciéndote que un duelo es la reacción psicológica ante una pérdida de algo o de alguien. Se trata del impacto producido en las emociones, pensamientos, hábitos, conductas de relación con los demás, etc.
La intensidad, duración y características del duelo dependen de la pérdida acontecida en la realidad y de la actitud que se tenga ante ella. Así y todo, lo fundamental es lo que representa esa pérdida para esa persona en particular, y cómo entra a formar parte de la serie de pérdidas que toda vida acarrea. Porque lo que nos marca no es lo que la vida hace con nosotros, sino lo que cada uno hace con lo que se va presentando en este peregrinar aquí en este mundo. Es decir, la clave no reside en los acontecimientos, sino en cómo nos los tomamos, la manera en que los significamos, qué movilizan desde el inconsciente, el modo en que los afrontamos o los tapamos.
Hoy será bueno que te cuestiones, que te preguntes: ¿Cómo te ha herido la pérdida? ¿Qué estás haciendo con la herida? ¿La observas, la admites, te cuestionas a partir de ella, la cuidas, aplicas alcohol espiritual como el perdón, y las gasas de amor incondicional hacia ti mismo, hacia ti misma, hacia quien terminó su misión aquí en la tierra? y después dejas esa herida al aire del Espíritu Santo para que vaya cicatrizando verdaderamente? ¿O haces como si no estuvieras herido ante ti mismo, ante ti misma y ante los demás, no dejándote sentir ni compartir el dolor, la rabia y otras experiencias sanas y necesarias, aunque duras... y barres la herida bajo la alfombra de una actitud cerrada y negativa, donde se pudrirá pero no desaparecerá ni curará? ¿O te quedas adherido, adherida a la herida, y pasa tiempo y tiempo pero sigues prendido, prendida a la herida sin poder mirar ni más allá ni más acá de ti mismo, de ti misma, haciendo girar la vida en torno a la herida sin permitir que cicatrice?
Porque ¿sabes? escapar de lo que te duele o aferrarte al dolor conduce al sufrimiento. Así, lo que podía haber sido un duelo sano y necesario para crecer, se torna en trastornos de ansiedad, miedos, fobias, depresión, aislamiento, angustia, dificultades sociales, y en algunos casos de locura.,etc.
Pero antes que continuemos, será bueno que distingas algunos tipos de pérdidas: En las etapas del crecimiento está la pérdida de la niñez para ganar la adolescencia, pérdida de la adolescencia para entrar en la adultez. Pérdida del país y en el caso de los emigrantes, pérdida de las tradiciones culturales. Pérdida de bienes materiales, del trabajo, de estatus, de roles sociales... Pérdidas de vínculos afectivos como amistades, pareja, familia. Pérdida de la salud de uno mismo o de un ser querido enfermedades, deterioros físicos, amputaciones, estados terminales. Pérdidas de facultades. Pérdidas de proyectos e ilusiones. Muerte de un ser querido.
Por dolorosas que puedan ser, las pérdidas nos colocan en un duelo cuya elaboración representa un paso de gigante en el crecimiento personal si se tiene buena actitud. Necesitas saber perder, saber dolerse, porque saber dejar ir, será abrirte a ganar, y recuperar la alegría de vivir.
Aquí nos referimos al duelo por la pérdida (abandono, separación o muerte) de una persona amada. Lo que duele no es sólo separarse, sino más bien aferrarse más intensamente que nunca a lo que representa quien perdimos. Así, el dolor no se debe tanto a la ausencia del ser amado, sino a tenerlo demasiado presente, más presente que nunca, amándolo más intensamente ahora que lo sabemos irremediablemente perdido. El dolor, más que dolor de pérdida, es dolor por estrechamiento de los lazos con lo que representa el ausente. Duele la presencia (u omnipresencia) viviente del ausente en mí.
El duelo sano es un trabajo a realizar: no perdemos a alguien cuando muere o se va, sino que lo perdemos solamente después de un prolongado y necesario periodo de elaboración. El duelo patológico acaece cuando no hacemos esa elaboración, cuando no dejamos ir a quien desapareció y a lo que desapareció con él, cuando nos anquilosamos agarrados a lo perdido, cuando fijamos la vista psíquica en lo que se fue y no podemos apartar la vista hacia otros seres, lugares, actividades, ilusiones... En el duelo patológico una acaba perdiéndose y desvaneciéndose de sí mismo en lo que ha perdido, queda identificado y fundido a lo perdido; en el duelo sano uno puede empezar así, pero acaba reconquistándose a sí mismo y a otros.
En el inicio del duelo uno está firmemente apoyado en el ausente: uno está en el que no está. La elaboración del duelo consiste en avanzar paulatinamente hacia el apoyo en quien está: uno mismo. Hacer el duelo no es olvidar a quien se fue, sino traer primero el recuerdo minucioso del ausente y de las vivencias presentes, es decir, recorrer la herida abierta. Esto posibilita ir soltando la manera torturante de recordar y de asir lo ido, para progresar hacia la cicatrización de la herida: entonces, recordar no atormenta, y lo ido ha sido desasido.
Con esa persona que has perdido, de pronto, pierdes la imagen de ti que te permitía amar. Hoy te falta aquel, aquella a quien le dabas lo que te falta. Te falta quien te daba lo que le faltaba. Somos seres en falta es decir, carentes desde que nacemos, por eso amamos, deseamos y hacemos. Y cuando nos falta la persona amada, acontece un tiempo con principio y final en que la falta parece invadir nuestro ser conmoviendo sus cimientos e inmovilizándolo. Es diferente vivir en falta porque el ser humano es así: Dios nos hizo para amar y recibir amor, es la tarea de vida de todos, durante toda la vida, pero lo que no será bueno para ti, hoy ahora que pasas por esto, vivir engullido, engullida, aislado, aislada únicamente por la falta del ausente, pues hablando por fe, Tu centro real no era esa persona sino Dios. Dios es el verdadero amor que puede saciar de verdad tu corazón, tus entrañas, tu vida, todo.
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