JESÚS SACRAMENTADO. EL CIELO EN LA TIERRA.
El amor de Jesús se proyecta desde el sagrario sobre todos los que vienen con fe
a visitarlo. Su amor es como un soplo de brisa fresca en las horas de intenso
calor, como un rayo de luz en los días fríos de invierno del alma. Del sagrario
sale una luz poderosa que ilumina nuestra vida para ver el camino que debemos
seguir, eliminando así las tinieblas y las dudas.
El amor de Jesús
Eucaristía no tiene comparación con nada de este mundo. Podemos juntar en una
caricia todos los cariños de los padres a sus hijos, todos los besos que han
brotado de los labios de las madres para sus hijos a lo largo de los siglos, o
todo el fuego de amor de todos los corazones amantes que han existido en la
tierra. Y todo ello no será ni una sombra de todo lo que nos ama Jesús. Jesús,
en el sagrario, tiene un corazón que palpita de amor por nosotros, tiene ojos
que nos miran con amor y tiene oídos para oír nuestras súplicas. ¡No lo dejemos
abandonado! ¡No nos perdamos tantas bendiciones que tiene reservadas para
nosotros!
Cuando entres a una iglesia y veas la luz parpadeante de la
lámpara, piensa que allí está Jesús, tu Dios, esperándote. En la hostia santa
está el milagro más grande del mundo, un milagro que la mente humana no puede
comprender, porque es un milagro de amor. Él te sigue esperando desde hace dos
mil años, escondido en la hostia, pequeño, invisible, pero el mismo Jesús de
Nazaret. Acércate a Él con amor y devoción como los pastores, como los magos,
como lo hicieron María y José aquel día de Navidad. Después de la misa y
comunión, la mejor receta que puedo darte para que soluciones tus problemas es:
¡Diez minutos de sagrario cada día!
Cuando necesites a Jesús, búscalo en
el sagrario de nuestras iglesias, míralo a los ojos, ten sed de no perderlo de
vista, ten sed de quedarte a sus pies, ten sed de amarlo con todo tu corazón. No
te canses de amarlo día y noche. A todas horas, levanta tu mirada hacia el
sagrario más cercano. Allí está tu amigo Jesús. Allí está el Amor y la Vida.
Allí está la Salud y la Paz. Allí está tu Dios. ¡Cuántos secretos de amor se
encierran allí! ¡Cuánta luz sale del sagrario! Jesús Eucaristía debe ser el
centro de tu vida, el amigo más querido, el tesoro más preciado. En Él
encontrarás la ternura de Dios.
Mira a Jesús en el sagrario y déjate
amar por Él. Vete cada día a visitarlo. Allí aprenderás más que en los libros.
Escucha su Palabra como la Magdalena, que estaba a los pies de Jesús. Pon en sus
manos tus problemas y necesidades. Háblale de tu vida, de los tuyos, del mundo
entero, pues todo le interesa. Y sentirás una paz inmensa que nada ni nadie
podrá darte jamás. Él sosegará tu ánimo y te dará fuerzas para seguir viviendo.
Él te dirá como a Jairo: No tengas miedo, solamente confía en Mí (Mc 5,
36).
¡Qué benditos momentos los pasados junto a Jesús Eucaristía! ¡Cómo
ayudan a crecer espiritualmente! Es algo sublime que no se puede explicar. No te
pierdas tantos tesoros. No digas que no tienes tiempo. Aunque sea unos momentos,
no dejes de entrar, cuando pases delante de una iglesia y, si está cerrada,
dirígele desde fuera unas palabras de amor. Dile que lo amas y salúdalo con una
sonrisa.
En el sagrario hay vida, está la fuente de la vida, hay
corrientes de vida, manantiales de vida, hogueras misteriosas de vida. Allí está
Jesús, el Dios de la vida. Allí recibirás las inmensas riquezas de un Dios
Omnipotente, que quiere ser tu amigo y servirse de ti para salvar a tus
hermanos.
El Papa Juan Pablo II decía: Jesús Eucaristía es el corazón
palpitante de la Iglesia. Por eso, ir todos los días al sagrario es como ir
a un mundo de infinitas maravillas, pues te encontrarás con Jesús, el Dios Amor,
el Dios de las maravillas y de las divinas sorpresas. Cada día tendrá un regalo
especial para ti, aunque no te des cuenta de cuál es. Pero, sin duda alguna,
cada día recibirás inmensas bendiciones, que no hubieras recibido de haber
faltado a la cita con Jesús.
Marta dijo a su hermana María: El Maestro
está ahí y te llama (Jn 11, 28). Sí, Jesús está esperándote todos los días y
todas las noches. ¿No tendrás al menos cinco minutos cada día para ir a
visitarlo? ¡Qué solo se encuentra Jesús en tantos sagrarios del mundo, donde se
pasa horas y horas sin que nadie lo visite! ¡Qué pocos se dan cuenta del enorme
deseo que tiene de ser visitado y amado en este Santísimo Sacramento del
altar!
Por eso, aunque escasee el tiempo, aunque solo dispongas de unos
minutos, no dejes de entrar cada día a visitar a Jesús. Y, si algún día no
puedes, suple tu visita con amor; porque Jesús, desde el sagrario, te está
preguntando como a Pedro (Jn 21, 15-17): ¿Me amas?
Cuantas más veces
visites a Jesús sacramentado, más robusta estará tu alma. ¡Qué momentos tan
sublimes serán los que pases delante de Jesús! La luz roja de la lámpara
parpadea como si fuera un corazón que late de amor por Jesús. Ofrécele toda tu
vida y tu amor y déjate bañar por sus benditos rayos de luz y de amor
invisibles, pero reales.
Lo que es el sol para la vida física
eso es el sol de la Eucaristía para la vida espiritual. El Papa Benedicto
XVI, siendo cardenal, decía: Dios nos espera en Jesucristo, presente en el
santo sacramento. ¡No le hagamos esperar en vano! No pasemos de largo...
Tomémonos algún tiempo durante la semana, entremos al pasar y permanezcamos un
momento ante el Señor que está tan cerca. Nuestras iglesias no deberían ser
durante el día casas muertas, que están ahí vacías y, aparentemente, sin ninguna
finalidad. Siempre sale de dentro de ellas una invitación de Jesucristo. Lo más
hermoso de las iglesias católicas es, justamente, que en ellas siempre hay
liturgia, porque en ellas siempre permanece la presencia eucarística del
Señor.
El sagrario es, en una palabra, la locura de un Dios
omnipotente que ha querido vivir entre los hombres con un corazón humano. Y
Jesús te sigue diciendo desde el sagrario: Dame, hijo mío, tu corazón y que
tus ojos hallen deleite en mis caminos (Prov 23, 26). Jesús no necesita
cosas materiales, Jesús sólo busca tu cariño y tu amor. ¡Cuán consoladores y
suaves son los momentos pasados con este Dios de bondad! ¿Estás dominado por la
tristeza? Ven un momento a echarte a sus plantas y quedarás consolado. ¿Eres
despreciado del mundo? Ven aquí y hallarás un amigo, que jamás quebrantará la
fidelidad. ¿Te sientes tentado? Aquí es donde vas a hallar las armas más seguras
y terribles para vencer al enemigo. ¿Temes el juicio de Dios? ¿Estás oprimido
por la pobreza? Ven aquí, donde hallarás a un Dios inmensamente rico, que te
dirá que todos sus bienes son tuyos. ¡Cuántos, en el silencio del sagrario, han
encontrado la fe perdida! ¡Cuántos han regresado a la fe católica abandonada!
Siempre suele
decirse que la misa es el cielo en la tierra. En el momento de la consagración
de la misa, Jesús se hace presente en el pan y en el vino con su cuerpo, sangre,
alma y divinidad. En ese preciso momento, el cielo viene a la tierra y todos los
santos y ángeles se hacen presentes para adorar a Jesús. También se hacen
presentes las almas del purgatorio, pues en cada misa se ora por ellas; y lo
mismo digamos de cada hombre de la tierra, por quienes también se ora. Pero la
misa no sólo abarca a los seres humanos, también llega hasta el último rincón
del universo y llega a todos los hombres de todos los tiempos, pues la misa es
cósmica y universal; abarca a todo lo que existe, incluidos los ángeles,
presentes en cada misa.
En la misa Jesús reconcilia consigo
todas las cosas, así del cielo como de la tierra (Col 1, 20). Jesús asume y
ofrece consigo todo lo que existe y, con el poder del Espíritu Santo y en unión
con María, lo ofrece al Padre en cada misa. Y esto lo hace, no de modo
transitorio, mientras dura esta misa celebrada por un sacerdote, sino de modo
permanente, porque la misa de Jesús es permanente. De ahí que, en realidad, no
existe más que una sola misa: la misa de Jesús. Las demás misas, celebradas por
los sacerdotes, solamente son episodios concretos o actualizaciones concretas de
la gran misa que Jesús celebra permanentemente, ofreciéndose sin tregua al Padre
por la salvación del mundo. Y esta salvación alcanza también a la Creación.
Porque la Creación está esperando ansiosa la manifestación de los hijos de
Dios..., y las criaturas serán liberadas de la corrupción para participar en la
libertad de la gloria de los hijos de Dios, pues sabemos que, hasta ahora, la
Creación entera gime y siente dolores de parto (Rom 8, 19-20). Entonces,
habrá un nuevo cielo y una nueva tierra, pues el primer cielo y la primera
tierra habrán desaparecido (Ap 21, 5).
Ahora bien, Jesús celebra su
misa, su única misa, en cualquier lugar donde se encuentre presente. Esto quiere
decir que en cada hostia consagrada que se encuentre en el mundo, allí está
presente Jesús celebrando su misa, es decir, ofreciéndose con toda la humanidad,
y todos los ángeles y toda la Creación, por la salvación del mundo. Esto
significa que cada hostia consagrada es como el cielo en la tierra y, de alguna
manera, el centro del universo. Y cada hostia santa, cada sagrario o custodia,
donde está Expuesto el Santísimo, irradia al mundo entero infinidad de
bendiciones de luz, amor y alegría. Por eso, adoremos a Jesús Eucaristía y
unámonos a su misa permanente, uniéndonos a Él y ofreciéndonos con Él por la
salvación del mundo. Y así, al unirnos a Jesús, nos estaremos uniendo al
universo entero, haciendo de nuestra vida una misa continua con Jesús y uniendo
nuestro amor al de toda la Creación para gloria de Dios.
Que la misa y la
comunión de cada día sea para ti el medio para hacer realidad esta unión con
Jesús y con todo el universo. Y que tu vida, al ser UNA con Jesús, sea también
un cielo en la tierra, derramando sobre todos los que te rodean oleadas de luz,
amor y paz.
En tu sagrario, Señor, hay plenitud de vida. ¿Qué haces ahí solitario tantos días y tantas noches? ¿Esperándome? ¿Tanto me quieres? Señor, yo te amo y quiero amarte con todo mi ser. Te ofrezco mi amor, con todos los besos y flores de mi corazón.
Haz de tu vida
un cielo en la tierra
para los demás.
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